Escultura Románica

El arte románico se desarrolla entre el siglo XI y comienzos del siglo XIII. Su nombre viene del francés roman (romance) y es el primer estilo internacional de la Edad Media. Aunque posee un lenguaje propio y una serie de rasgos comunes, cuenta asimismo con diferencias regionales. El románico favorece el renacimiento de la escultura en piedra que en los últimos tiempos del Imperio se había empobrecido y acabado por desaparecer, y también de la escultura en madera, perdida en los primeros siglos de la edad media.
Las iglesias se cubren de escultura, muy ligada a la arquitectura. La sumisión de las obras escultóricas al concepto arquitectónico deforma las figuras adaptándolas al marco. Éstas se limitan primero al tímpano (sobre la puerta o en sus arcos) y después comienza a trabajarse el altorrelieve iniciando la escultura el camino del realismo y humanización de los personajes que afecta también a la representación divina. Las imágenes cumplen el propósito de instruir a los fieles con función narrativa, siendo instrumentos de Dios que debían mover al fiel a cumplir los preceptos religiosos. Esta escultura no busca imitar a la naturaleza, siendo lo importante el reconocimiento del motivo (función narrativa) y el acoplamiento al espacio arquitectónico. Es un arte simbólico donde el color, la disposición, los objetos acompañantes y deformaciones hacen aportes a dicho carácter. Dos leyes subordinan la representación: la ley del marco, que empuja a las representaciones a adaptarse a las formas de la estructura arquitectónica y la ley del esquema geométrico por la cual se exige a las figuras una lógica geométrica (ser simétricas, tener siluetas semejantes a cuadrados…) aunque se distorsione la realidad.
En esta época la separación entre cantero y escultor es inexistente, siendo generalmente los artistas anónimos, aunque haya excepciones como el Maestro Esteban o el Maestro de Cabestany, nombrado este último de acuerdo con el lugar donde trabajó.